Como parte de nuestra celebración del Mes de la Herencia Hispana, estamos compartiendo historias de miembros del personal hispano destacando sus diversas experiencias y lo que los conecta para terminar con el hambre infantil. La publicación del blog de hoy es de Elena Rees, quien se desempeña como gerente en Cooking Matters, una campaña de Share Our Strength, la organización detrás de No Kid Hungry.
Mientras crecía en Silicon Valley, California, era una de las tres estudiantes latinas de mi escuela, una de las cuales era mi hermana. La mayoría de los estudiantes y maestros sabían que yo era latina porque, o conocían a mi mamá o por mi nombre, “Elena”, que no era muy popular en los 90s. Era lo suficientemente "exótico" para que la gente se preguntara de dónde era.
Mientras crecía, siempre detesté mi nombre y tuve conversaciones serias con mis padres sobre cambiarlo. Yo era la única Elena que conocía. No era popular, o por lo menos lo que yo pensaba que era atractivo, y me frustraba el hecho de que nadie pudiera pronunciar o deletrear mi nombre.
Desde pequeña, estuve consciente de mi origen de dos razas, costarricense e italiana. El lado italiano de la familia de mi padre vive principalmente en un radio de una hora de nosotros, por lo que pasamos mucho tiempo juntos. El lado costarricense de mi madre vive en el este o todavía en Costa Rica y hemos tenido el privilegio de visitarlos a menudo. Siempre sentí que tenía que navegar entre estas identidades.
Cuando era niña podía comunicarme en español. Durante la escuela primaria tenía una amiga que era latina. Teníamos un vínculo muy estrecho y nos hablábamos en español para el desconcierto de la otra chica de nuestro grupo de amigas. Nos llamó la atención porque hablábamos en español entre nosotras, y no le gustaba que ella no pudiera entender. Sin pensarlo mucho, simplemente dejamos de hablar en español por completo.
Siempre supe que era latina, pero mientras que crecía era más evidente que estaba más cerca de mi lado blanco. Dejamos de hablar en español en la casa por lo que mi habilidad para hablarlo disminuyó y me sentí como si estuviera volviendo a aprender español en el salón de clases. Me sentía avergonzada, yo era la niña latina en la clase de español que no podía hablar español y eso era embarazoso.
Tengo el privilegio de pasar por blanca. Tengo un apellido blanco, el llamado acento de California y la piel más clara. Sin embargo, la gente aún hacía bromas sobre mi herencia hispana y yo intentaba ignorarlo. No es hasta ahora que reflexiono sobre esos momentos que desearía haber dicho algo.
Un momento en particular fue cuando estaba en la escuela secundaria. Estaba en un mitin político y un funcionario de la ciudad a quien conocía desde hacía años me preguntó de dónde era mi mamá. Con ganas de participar dije "¡Costa Rica!" Su respuesta inmediata fue: "¿Es tu mamá ilegal?" a lo que dije, "No". Al reflexionar sobre ese momento todavía me hace enojar, deseando haber dicho algo muy diferente.
Pasando rápido unos años, me mudé a Colorado para ir a la universidad, donde el nombre de Elena aumentaba en popularidad pero todavía sin ser lo suficientemente atractivo. Mi universidad en Colorado era predominantemente blanca y no me sentía lo suficientemente latina como para compartir con la pequeña minoría de latinos allí.
Una compañera de trabajo me invitó a unirme a su hermandad de latinas y al conocerlas, nunca me había sentido más fuera de lugar. Todos hablaban español entre sí, escuchaban música en español de la que nunca había escuchado y eran 100% latinas. Sentí que nuestros únicos puntos en común eran nuestro amor por todas las comidas hispanas.
Terminé no uniéndome a la hermandad, pero me di cuenta del papel que la comida puede tener para establecer un sentido de pertenencia. Reflexiono sobre este momento y a través de mi trabajo con Cooking Matters. Disfruto uniendo comunidades a través de la comida. En nuestros programas fomentamos el sentido de pertenencia a través de la comida; puede ser tan simple como hablar sobre sus comidas favoritas o incluso compartir las dificultades para alimentar a los niños.
Durante mucho tiempo sentí que nunca fui lo suficientemente latina. La gente no sabe que soy latina a menos que pregunten, no habló el idioma y nunca he vivido ni crecido en una comunidad de habla hispana. Esto último ha cambiado más recientemente cuando me mudé a San Diego donde la población es 30% hispana.
Vivir en un vecindario predominantemente hispano me ha hecho sentir más que nunca en contacto con mi lado latino. Recientemente una mujer que hablaba español se me acercó en una tienda por departamentos y me preguntó si podía ayudarla a encontrar un suero facial. Me encantó la idea de que ella pudiera pensar que soy latina solo por las apariencias, pero rápidamente me di cuenta de que no tenía idea de qué es la palabra "suero" en español, aunque me las arreglé. Sin embargo, el momento más crucial que contribuyó a mi sentido de pertenencia fue cuando pedí comida para llevar, fui a recoger la comida y el restaurante deletreó mi nombre correctamente en el pedido. ¡Eso nunca había sucedido!
¡Quién se iba a imaginar que tener a alguien que deletreara mi nombre correctamente e incluso con la pronunciación correcta sería lo que me haría sentir un sentido de pertenencia! En todos mis años en los que no me había gustado mi llamado "nombre exótico", resultó ser precisamente lo que me había unido a mis raíces latinas.